Bienvenido

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miércoles, 27 de mayo de 2015

Carabina sin pólvora

El sudor que irradia mi cráneo baña lentamente el cuerpo desnudo y serpenteante de mi ahora agonizante amante de cerámica, la mujer más bella que he tenido el placer de absorber en mis adentros, la única que me ha visto llorar, la última.

Corrían las dos de la tarde en la estación del metro san cosme, caminaba por las calles del andén, danzando alrededor de los usuarios, tarareando metal y actuando como que soy dueño del mundo, es la úinica manera de demostrar que mi cobardía es tan grande que asusta a todo ser viviente que pretenda acercarse a mi.

Pensaba en por qué la vida es tan buena y justa con nosotros los pervertidos, por qué siempre nos da qué soñar y que masticar, días y años enteros, tratando de vencer a ésa barra de odio, esa pequeña estela de peste que nos hunde y nos penetra, que nos hace suyos para siempre y nos impide volar, nos deja como manchas en el piso, vómito jamás limpiado, sólo hervido por el sol y levantado por el viento, regresando a los orígenes en ése taco de suadero espolvoreado de nosotros, un nuevo sistema digestivo que nos acoge.

Finalmente el vagón entra, como dildo lubricado, sabe a dónde va y hasta dónde puede llegar, se detiene en un estertor pre orgásmico y nos deja entrar en él, para ver desde adentro los túneles del milagro, el lugar donde se gestan los más inmundos vicios y las más traperas de las lascividades.

Vestidos, faldas, medias, tacones, uñas pintadas, brillos dorados, pestañas alzadas, aromas plásticos y arribistas que nos hipnotizan, que nos deleitan con su simpleza, con su objetivo único, generar deseo intenso, en quien lo porta y en quien lo veja, un soplido de indiferencia cambiaría todo en las manos del profeta adecuado, y podríamos terminar con ésta locura y sólo construir, volver a la perversidad en algo sano.

¿Se perdería entonces el sentido de la transgresión? No lo se, pero si se que al menos me sentiría menos inmundo cada mañana, y podría entonces aspirar a formar parte de un grupo en el que la primera prioridad no sea destruirnos entre todos a ver quién sobrevive.

Después de aspirar ésa tóxica brisa de olores, sabores y reciclaje aéreo, bajo en mi destino, taxqueña, lugar de infinitos pecados, de insatisfacciones innombrables y de violencia pura, mi hogar, camino un par de cuadras hasta llegar a dónde la esperanza muere, los bisquets de obregón.

Sentado en el plástico más estéril con la iluminación más diseccionante y el café con leche más mediocre la veo al otro lado de la mesa, sonriendo, siendo frágil y fuerte al mismo tiempo, sensual dentro del más absoulto silencio emocional, viendo al infinito, no estando, ausente hasta de ella misma, ahí entiendo que el amor es la perversión más eficaz, la total y absoluta devoción a un extraño es la locura más agresiva a la que te puedes someter, y al mismo tiempo el lugar inevitable por excelencia, la mala situación en la que todos los seres humanos cambian su destino, el punto en el que se acaba o comienza todo, nada más extremo para el cuerpo y el alma.

Ése día era húmedo y frío, había llovido y la luz de los faros nocturnos se reflejaba perfectamente en el suelo de toda la ciudad, el olor a asfalto frío y mojado alimentaba mis pulmones mientras mi sudoroso cuerpo moría a lado del de ella, muriendo contínuamente, por días y días, juntos, sabiendo que no importa que pase, nuestra perversión está a salvo dentro del otro.