Bienvenido

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martes, 17 de febrero de 2015

Norberto I

Algunas veces es blando, como caldo de pollo frío, grumos de grasa flotando, viéndome, como si supieran mis más profundos secretos, humillándome con su risa gelatinosa, sabiendo quien soy antes que yo, odio el pinche pollo.

El olor a ensalada rusa pasada es tan ácido como las entrañas del cadáver del niño que yacía frente a nosotros ésa fría y azul mañana de otoño húmedo en la ciudad más gris del mundo, parece que solo dejamos la mediocridad atrás cuando se trata de destruir, entonces nuestra cultura tiene mucho que ofrecer, bueno y la cocina, sería injusto no mencionarla.

Alguien destripó al occiso y lo aventó de un auto en movimiento a las 5 de la mañana, el viejillo de la esquina dice que lo vio, era un taxi verde, vocho, oxidado, golpes, sin placas, llantas anchas, muy ruidoso.

Trabajar con éste escuadrón es muy distinto, todos están más sedados que en el sur, hay una pesadez totalmente impenetrable, una neblina absoluta, nata gruesa y viscosa como la justicia.

Los gritos me sacaron del trance, la mamá, cien maneras de implorarle a dios que fuera mentira que las vísceras de su retoño fueran las que adornaban el pavimento. No era mentira, dios no existe y el sol salía por la esquina derecha de la casa con techo azul, en cuya ventana había un niño pequeño asomado tímidamente hacia nosotros, me vio, cerró la cortina, toqué el timbre.

Hola, policía de investigación, quiero hablar con su hijo, ¿cómo que cual hijo? La puerta se rompe en el cráneo de la señora, el frío de mi 45 la despierta lo suficiente para ignorar el sangrado, ¿en la cocina?

¿Cómo te llamas, era tu amigo, con quién se fue, por qué no dijiste nada, son novios, putitos? pinche chamaco, le costaste la vida.

Tus lágrimas no me sirven y menos a Héctor que decora tu calle con sus tripas, si crees en dios es momento de ponerte a rezar y aprender a usar un arma, o te va a llegar el día muy pronto.

Las palabras, los sollozos, son todos inútiles muestras de preocupación destinadas a confortarnos dentro de nuestro egoísmo, el dolor que sentimos nos ciega a ser útiles, por eso sirve que yo no sienta nada, sólo soy acción.


Acción pura, la única solución real a cualquier problema, la reflexión es para los putos, que se sienten a esperar la verga que se los cogerá a tres segundos de empezar.

El olor a sangre me enciende las entrañas, desde que me pegó mi padre por primera vez le canté la sentencia y cuando se secó la primera costra el estaba entreteniendo gusanos desde el fondo de la alcantarilla de la cuadra de a lado.

No hay peor proyecto que el que nunca se termina, hay que ser disciplinados, si no ¿en qué pinche mundo vamos a dejar a nuestros hijos?

¿Qué proyecto tenía nuestro habitante del taxi? no me parece que haya acabado.

El olfato me lleva a dar una vuelta sobre mi propio eje existencial, viendo a través de mis ojos muertos y mi alma podrida noté que el proyecto tendría una mayor probabilidad de suceder en línea convenientemente aleatoria pero con hueva hacia la izquierda de la situación, lo que me llevó a un puesto de tacos de malicia atrás del mercado, una rubia con acento ruso muy disfrazado y decorado con albures me contaba sobre un viejito roñoso que acababa de llegar a masturbarse al baño y tuvieron que sacarlo con cuchillo cebollero.

Intuí que mi presa se encontraba cerca, podía oler los restos de smegma viscoso que seguramente chorreaban por sus muslos en éstos momentos, el pasillo de carnes, invité a mi amiga glock a dar una vuelta.

Las cabezas de cerdo me ponen de buenas, son buen público, mi viejito huía de sus deseos lentamente rengueando rodeado de pedazos de carne multicolor, oliendo la muerte que vive en la palma de mi mano, sabiendo que lo inevitable es retrasable, pero sólo un poco.

Se detuvo, se volteó y me miró, una lágrima escurría por su rostro, y mientras que su labio comenzaba a temblar en un extraño ruido como el de las cucarachas cuando corren en hordas con sus filosas patas una bala estrepitosa y prematura hizo explotar una burbuja de sangre más roja que naranja sobre las cabezas de cerdo boquiabiertas, una ola de gritos de admiración salía de sus narices hacia mi sonrisa interminable.

La sangre se corretea a sí misma hacia las coladeras del mercado manchando de justicia las cloacas de la ciudad.

La lluvia nunca limpia nada en realidad, sólo lo esparce.








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