Bienvenido

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viernes, 6 de febrero de 2015

Squid

Si un día podemos empezarlo con un calamar a nuestro lado podemos decir que hemos avanzado considerablemente como raza humana, porque un calamar, siempre es señal de éxito, equilibrio y sobretodo, consciencia.

Pongamos de ejemplo a Tomás, un niño muy gordo de tan sólo 10 años de edad, Tomás no tenía idea de lo que significa tener responsabilidades, hasta que un día su padre lo llevó a pescar, no por sobrevivencia, sino por deporte, como la gente de buen ver de su vecindario siempre  hacía los fines de semana.

Lo llevó a un muelle en dónde notó que todos lo miraban de una manera obsesiva, distinta a lo que estaba acostumbrado en casa, era simplemente, demasiado.

Al llegar a el lugar dónde la lancha era abordada, el muchacho de rizos dorados que les dio las indicaciones no dejó de mirarlo ni un segundo, sólo podía sonreir estúpidamente hasta que su padre por fin logró zarpar y alejarlos de la gente, Tomás se dió cuenta que no le agradaba convivir, con nadie, ni siquiera con su padre, que paradójicamente, no lo había mirado en mucho tiempo, trató de acordarse cuánto tiempo tenía sin verle los ojos a su padre, y honestamente, no supo cuánto, la deducción obvia entonces sería años, muchos.

Dejaron atrás a las multitudes y barcos, al bullicio y ruido humano hasta llegar a un lugar aislado lleno de agua y más agua, solamente agua.

Tomás sintió un ardor muy particular en la cara, era algo que nunca había sentido, el olor era familiar, era gasolina, pero el ardor era un dolor incomparable, por primera vez en 5 años vio los ojos de su padre, esa mirada calmada y determinada, pero ésta vez había lágrimas, y no podía contener el grito de deseperación que sus pupilas aventaban sobre el cuerpo bañado en gsolina de Tomás.

Justo cuando el cerillo bailó pegadito con la lija, Tomás alcanzó a decir una frase suave y final. "feliz cumpleaños papá"

El cuerpo del gordito infante ardió como montaña de basura en lote baldío, los gritos se asemejaban a un motor chillando con agua en las balatas, finalmente dejó de moverse y su padre lo empujó por la borda con la bota, limpió los restos y fumó un cigarro calmadamante.

El atardecer fue hermoso ése día, más hermoso que nunca antes.

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