Bienvenido

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miércoles, 19 de noviembre de 2008

Digamos... que caí. (Genaro 01)

La cosa se puso dura, y no pude evitar creer en mi, caminé y caminé, hasta encontrar un búho color azul, me dijo que la estaba cagando y que me regresara por donde había llegado, las nubes comenzaron a cerrarse y obviamente decidí no hacerle caso al pinche búho, total, el mundo se desmorona frente a mis ojos, no hay nada que perder.

Dentro de mis pantalones había muchas muchas monedas, muchas, hacían un ruido atroz que no me dejaba concentrarme en el paisaje, sólo caminaba al ritmo de las pinches monedas, paradójicamente sintiéndome cada vez más vacío, como un fantasma que divaga por la ciudad, sin siquiera el poder de asustar a nadie, solo en las calles que hasta ahora me daba cuenta estaban totalmente vacías, lo cual hacía todo sencillamente hermoso, me detuve y las monedas dejaron de sonar, entendí que el silencio absoluto es posible, sólo hay que quedarse quieto.

Miraba a mi alrededor buscando una razón para seguir, la verdad no la encontré, nunca la necesité, pero así somos siempre ¿no?, digo, no encuentro razones, sólo hago lo que hago.

Continué mi camino en un círculo interminable de lugares comunes hasta llegar a la calle número 2, hermoso lugar lleno de basura y suciedad, justo mi onda, toqué en la puerta de la entrada a lo que aparentaba ser una tiendita con ventana nocturna, unos pasos lentos y arrastrados se acercaban lentamente hacia mi, la ventanita se abrió llena de posibilidades y sólo me dejó ver decepciones, era un cerdo cualquiera pero con colmillos, respondía al nombre de Lonnie, aparentemente era inglés, y totalmente insoportable, no dejaba de hablar sobre su vida y las narices frías de su difunta esposa, estuve unas dos semanas con él, tratando de entender por qué me costaba tanto trabajo irme, como que nunca encontré el momento adecuado, así que tuve que matarlo y luego comérmelo, era la única salida.

Perdí el rumbo un par de años, entre rubias fantasías y güisqui de cuarta, miraba el techo y masajeaba mis glándulas sudoríparas en el área del sobaco, acariciaba mi cabeza de cerdo y seguía viendo el techo, un idilio puro. Hasta que un día me acordé que tengo un propósito, así que me limpié las orejas con unos cotonetes y salí a caminar, las calles bulliciosas de cadáveres me miraban ansiosos por preguntarme hacia dónde había que ir ahora, pero nunca les dije, preferí sorprenderlos. Las aves gigantes me tiraban caca desde lo alto y me divertí un rato evitándolas, hasta que me atinaron y comencé a dispararles, entendí que la destrucción me ayudaba a pensar, así que las destruí a todas y llegué a una conclusión, creo, muy sabia, había que esperar un poco más...

2 comentarios:

.Ana Mata. dijo...

En qué mundo caminas, amigo?

.Ana Mata. dijo...

Ya sé! En vez de detenerte para que las monedas no suenen; corre y compra algo delicioso de comer!
Muuuua!