Bienvenido

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jueves, 20 de noviembre de 2008

La suavidad del aire sobre mi cara

Un órgano de blues me acaricia los pelos de la nuca, tu aroma me inunda a través del sudor que escurre por tu espalda, la brisa de tu aliento me come poco a poco sin dejarme respirar, me asusta de manera increíble, quiero estar aterrorizado, con una o dos cartas bajo las sábanas trato de alargar el tiempo hasta que la lluvia nos empape a ambos, corriendo por el bosque frío y lleno de futuro, que carcome poco a poco la realidad que no me deja en paz y sólo puedo pensar en probar el té de tus hojas hasta ahogarme, crecer y crecer como una casa de interés social, roer los segundos que nos rodean hasta eternizar la nulidad de nuestra unión imaginaria y veloz, carnal y filial, pasajera y para siempre, como la muerte y la vida que no deja de surgir de un lado al otro, parásito de la realidad, inmunda pericia de sobreviviente que no me permite aventarme al barranco.

Tus cabellos cubren cada centímetro de mi, no queda nada, estoy en el vacío, blanco, nulo, silencioso y delicioso, me arrastra sin misericordia hasta el cementerio de los pilotos, la falta de gravedad me altera el estómago, me muerdo el labio hasta sangrar y aprieto los músculos que me amarran como tronco, estoy del otro lado, floto con una brisa que me lleva hasta el fin de la tierra y me deja caer por la cascada eterna de las mentiras, la frustración del arsénico que mata sin almendras pero con cáustica y acción desencantadora que me remite al único estado lógico que es la desangración del estado y el fin del país.

Desollarnos el uno al otro como manera de única comprensión entre las preguntas más fundamentales de la vida, trascendentales o no, o quizá sólo necesito sentirme el centro de ti.

El punto más placentero entre dos extraños es la motivación a conocerse, aunque eso termina inmediatamente, como tú y yo al tocarnos, no dejamos ni siquiera un grano de vida a nuestro alrededor, la naturaleza nos odia por nuestra perfección absoluta que es tan imprescindible como innecesaria.

Dioses que no existen nos detestan por la falta de cuidado en nuestra higiene mental, solo pervertimos la niñez de los vivos y nunca nos quitamos las manos de encima, nos deshacen la vida y nos tratan como al albino, seco pero...

nada, seco, como la tierra sin ti.

La naturaleza de los sentidos, hallazgos puros que detonan imágenes y pensamientos escondidos dentro de la riqueza de tus labios, secretos íntimos sobre la creencia en algo superior como las luces de la ciudad que se borran en la memoria del habitante rural, y las estrellas que parpadean en los sesos de la infancia citadina, borrosas y reconocibles, la luz que se diluye en rayos intocables y cálidos que escurren en tu cuerpo desnudo de mi, puro por su inmundicia, oro líquido que me hace salivar sin control hasta enloquecer y quemarme con él, en una muerte torcida , plástico que se quema sin control, en un segundo dejo de existir.

El ansia me domina como siempre, tu impaciencia me motiva a seguir engulliéndolo todo como el tiempo mismo, cada papila gustativa se entume con el exceso, cada músculo se rompe con la contracción enorme de los días que nos persiguen, envejecemos sin poder despegarnos como una masa simbiótica llena de baba y costras, cada vez más profundas y duras, imposibles de romper, para qué si sólo sabemos estar juntos, a quien le importan los demás, a mi no y a ti...

seguro tampoco.

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