Bienvenido

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martes, 24 de marzo de 2009

Callos en los ojos

Calamares de seda que nadan por el oscuro cielo que puedo ver desde el cuadrito de la azotea, el aire frío y el húmedo calor hacen que mi camisa esté pegajosa, mi piel es muy suave, pero no como la de ella.

Calor intenso, debo salir a caminar.

El patio de la ciudad está en las mismas terribles condiciones de siempre, tullida y falta de emociones, sólo con basura sentimental y miles de distracciones que sólo pueden servir para construir miseria.

Degenerados, alcohólicos, drogadictos, prostitutas, niños callejeros, ancianos que parecen piedras, todos tienen la ausencia del mal, pero lo viven todo el tiempo, son víctimas de el sistema, de la caligrafía mediocre de nuestra cultura y de la indiferencia total de todos, entre ellos yo.

La caminata no me ayuda, quiero salir corriendo y seguir hasta que se acabe el mundo o mi corazón explote. Los murmullos de la noche me respiran en la nuca, siento el miedo de la ciudad, está aterrorizada de sí misma, del horror del que es capaz, del olor que puede exhalar, del dolor que puede provocar, de su inevitable inmortalidad.

Peor que todo eso, se me acabaron los cigarros. Diviso una tiendita, cada vez más extraño en esta multi gigantesca mamada de pueblo en esteroides, escurre de productos por todos lados, es como una hemorragia de papitas, dulces y revistas, adorable de verdad.

La atiende un tipo gordo sentado en un banquito que podría sin duda alguna meterse por la nariz y aspirar hasta que le perfore el cerebro, él también se escurre. Como el sudor que escapa por todos los poros de su cuerpo, y del mío también, el intercambio de dinero es muy muy incómodo, es como si le tuviera que enseñar una cicatriz en la nalga o algo así.
El dulce humo de la primera fumada no se compara con nada, ¿por qué no todas pueden ser la primera fumada?.

Las criaturas nocturnas acaban de notar mi existencia, y me acechan poco a poco sin prisa, saben que no tengo de otra. Una anciana que está sentada en una banquita, tan fija que parece que está hecha de cemento. Me mira sin mover la cabeza, yo la miro constantemente, los surcos en su rostro, parece que fueron curtidos durante millones de años por niños con manos de cobre, su mirada es indescriptiblemente aguda, voraz, me deja seco y camino cada vez más despacio.

Estoy frente a ella, me mira sin parpadear, sin moverse, comienzo a temblar, mi cigarro cae al piso, la vida de la ciudad se congela un segundo, sus dientes crecen sin control y me tragan de un solo mordisco, el mundo adentro de ella es muy parecido al de afuera, pero aquí hace más calor.

1 comentario:

Mu dijo...

Me gustó! Te seguiré fiel cual fan. Ya te he puesto en mi lista de recowmendaciones :P Abrazos lechugozos