Bienvenido

Bienvenido

domingo, 15 de marzo de 2009

Compañía

Las calles doradas reflejaban el sol tan duro que no podía ver más allá de dos metros delante de mi. Como cuando era niño decidí correr sin saber a dónde iba a parar, sin razón alguna, sin miedo, sin expectativas.

El sudor escurría por mi rostro y me daba comezón. Me rasqué y me rasqué hasta sangrar, lo predecible se cayó de mi rostro hasta que quedó sólo lo auténtico, al final todo era deshechable y ese pensamiento nunca dejó mi mente, hasta el momento en el que morí.

Corrí y corrí por todos lados, la ciudad estaba vacía, ya no quedaba nadie, pronto el dorado sería negro y el negro olvido.

Cuando por fin recorrí toda mi ruta, me asaltó un recuerdo que nunca creí volver a ver, y ahí es dónde entras tu, con tu mirada dulce y mente perversa, que sólo encontraba placer en destruir, personas, sueños o lo que estuviera cerca, lo que fuera ajeno a ti, lo que fuera imposible para ti.

Toda la vida creí que lo hacías por diversión o por venganza, quizás por ambos, quizás porque no sabes amar, pero justo ahora me doy cuenta que en realidad no es eso, es que nunca conociste algo diferente, eras sólo ignorante o demasiado cínica para el bien de la humanidad.

De cualquier manera pronto te volveré a ver si es que existe la vida después de la muerte, aunque para ser sincero, lo dudo mucho.

El cielo dorado comienza a cambiar de color, el negro se apodera rápidamente de todo, sólo tengo unos minutos antes de que esto acabe, así que corro hacia el Palacio, ahí si hay buena vista.

Desde la sala presidencial veo entrar los últimos rayos de sol, y los primeros rayos negros, ojalá alguien pudiera presenciar la belleza del fin a mi lado, como que sin compartirlo no tiene chiste.

No hay comentarios: