Bienvenido

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miércoles, 15 de abril de 2009

Casa

Caminando apresuradamente como siempre, me encamino hacia la parte más oscura del barrio, donde todo el mundo vive, donde todo el mundo sueña, donde todo el mundo destruye, donde las cosas suceden una tras otra, sin pausas.

Al lugar en el que la arena no existe, solo la sangre corre, no hay agua y las moscas son las dueñas de todo. Donde los niños sonríen todo el tiempo, porque el miedo no existe, porque no hay nada que perder, porque no hay nada.

El viento sopla cada vez menos, entre más me acerco más me siento en casa, seguro, cómodo. La miserable vida de plástico que se anuncia en las pantallas que he pasado a lo largo de la calle llena de lujuria los ojos de la multitud. Los colores brillantes y sin sentido, las lunas en las alturas de los edificios que prefieren mirar hacia abajo, porque despreciar es mejor que soñar.

Las casas se mueven con el paso de los camiones gigantes y sin estructura ósea, las calles son como dunas de asfalto, la juventud se acaba deslizándose hacia las coladeras, hacia la vida subterránea donde será un fantasma para siempre.

Por fin llego a dónde necesito, las miradas me asaltan por todos los flancos, las risas me bañan hasta casi ahogarme, la caldera hirviendo de aceite podrido y negro me mira desde lo alto, y sin dudarlo ni un segundo me vierte todo encima, las risas son ahora gritos de alabanza y amor al dios inexistente de siempre, al marchito y estúpido sistema.

Mi piel hierve y se une al negro aceite, me convierto lentamente en una masa melosa que se une sin problemas al suelo desgarrado. El dolor sólo me recuerda que el fin es justo grandioso como debería, que nada fue en vano. Justo al final de mi existencia, cuando sólo quedan mis dientes sobre el asfalto, me doy cuenta que ahora soy parte de la misma mugre de la que salí, estoy completo.

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