Bienvenido

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miércoles, 17 de diciembre de 2008

Pinche Juanito

No recuerdo cuando fue la última vez que dormí bien, pero seguro hoy no será el día.

Llevo cuatro años viviendo fuera de mi ciudad, encerrado en el maldito campo, en provincia, demasiado aire puro, demasiado color verde, demasiado poco sucede.

Al menos hasta esta mañana en la que me despertó el grito desgarrador de un niño, lo había pisado un caballo, que curiosamente nadie sabe de dónde salió ni adonde fue, la cosa es que el niño estaba tirado con la pierna plana, sin volumen, como de caricatura.

Se desmayó en cuanto vio que alguien se acercaba, obviamente no fui yo, fue el Carlos, clásico héroe general, siempre hace lo que se espera de él, llega temprano, siempre sonríe, es fuerte y buena gente, su único defecto es que mide un metro cincuenta, aún así la gente lo ama.

El niño fue llevado al hospital en lo que yo abría mi cerveza de las 9 de la mañana y prendía el último cigarro que me quedaba, comencé a escribir la bitácora de los próximos doce meses, ya tenía mi plan, esa noche me desaparecería para siempre y seguiría mandando la bitácora desde las manos de mi títere personal.

Anocheció justo cuando estaba terminando de escribir y cuando llegaron noticias de Juanito, el niño con la pata muerta, todo bien, iba a sobrevivir, pero pues, perdió la pierna el pobrecito, chale, que bueno que ya me voy, el drama no se me da.

No pude dormir; mosquitos, cigarras, el viento, el olor a humedad, el río, las pisadas del caballo, el calor, las... un momento, ¿caballo?

Me asomé por la ventana y vi al pinche caballo, negro como la noche, no, más negro y gigantesco, como dinosaurio, bueno no tanto pero si cabrón, muy cabrón, salí lentamente a verlo un poco mejor.

La luna rebotaba en cada uno de sus cabellos, o pelos o lo que sea, sin darme cuenta de pronto estaba a 10 centímetros de su lomo, cuando me di cuenta lo único que pude hacer fue mirarlo y para mi sorpresa él me estaba mirando a mi, y no de buena manera. Lo que pasó a continuación está muy difuso en mi memoria, lo único que se es que el viento sopló de repente muy duro y me caí, cuando desperté estaba sobre el lomo del caballo y el viento era helado, casi caigo con la sorpresa pero me agarré de su piel como si fuera la última rama en el precipicio, eso tampoco le gustó.

Cuando creí que iba a morir congelado el cabrón se detuvo y salí volando hacia el frente, caí sobre una superficie blanca y helada que después entendí era nieve, lo que nunca entendí es como llegó ahí, o cómo llegué yo ahí, bueno me llevó el caballo pero... en fin la cosa es que tenía un chingo de frío..

Caminé un poco a ciegas, con tanto blanco ni parecía que era de noche, caminé y caminé hasta que me topé con una piedra transparente, me costó un poco de trabajo pero después de un cuidadoso análisis llegué a la conclusión que lo que había adentro era un cuerpo humano, sin ropa, con buen cuerpo y cara de culera.

Amaneció, yo temblaba a lado de la chica congelada y a punto de dormirme, todo era confuso, hasta que escuché un crujido muy particular, como papel filoso siendo arrugado implacablemente, abrí los ojos y dos morsas estaban platicando sobre mi, no se que decían pero seguro era sobre mi porque se estaban riendo.

Me pusieron un abrigo de ellas, me veía ridículo, me quedaba muy grande, me dijeron lo que yo interpreté como mi misión y me empujaron al precipicio con la mujer congelada sobre el mismo trineo, nos deslizamos sin control hasta el fondo, un árbol gigantesco nos hizo el favor de decirnos que el camino había terminado.

Mi cabeza sangraba y la chica congelada estaba partida en dos, me dio mucha curiosidad y tuve que tocar la parte en la que ella estaba un poco expuesta, igual y se sentía diferente, y sí, se sentía pastoso.

Arrastré el trineo con la chica partida en dos hasta que tuve fuerzas, me dejé caer, no podía más, me dio sueño, me dormí, y soñé con el campo y su calor, con Juanito brincando en un pie por el campo, el caballo negro en la cima del cerro, riéndose de mi, desperté.

La chica partida en dos estaba siendo ensamblada por un grupo de enanitos, muy pequeños, me levanté rápidamente y aplasté un par, eran agüaditos por dentro y calientitos, empecé a embarrarlos por mi cuerpo, eran azules y hablaban como ardillitas, pero nunca entendí nada de lo que me dijeron, y cuando me dí cuenta ya me los había acabado y ya no tenía frío, bueno sólo en la nariz.

Seguí arrastrando a la chica en el trineo, caminé y caminé, la pinche nieve no se acababa y el frío al menos ya no era terrible, pero me estaba aburriendo y tenía hambre.

Vi humo a lo lejos, caminé hasta el lugar, era una choza muy particular, tenía una ventana en el techo y nada más, la entrada era por ahí, la salida también, creo, bueno al menos así la usé yo.

Una ancianita de tamaño micro, aún más pequeña que los enanos azules me gritó algo que ni alcancé a oír, pero había un cuerno gigante que ella usaba como amplificador, su voz era bastante dulce.

Me dijo que si tenía hambre y me dio de comer, le mostré a la chica helada y me dijo que ella podía arreglarla, la metió en una olla bastante grande, las dos partes, y la dejó hervir de 30 a 45 minutos en lo que leíamos revistas de chistes.

Finalmente la chica nos gritó que se estaba quemando, fuimos a sacarla y la boca no le paró ni un segundo y sí, era una culera.

Nos fuimos, no porque yo quisiera, sino porque la viejita ya no nos aguantaba.

Caminamos al calor de las quejas de la que ahora se hacía llamar Laura, la hocicona.

El frío se puso cabrón y Laura que no dejaba de quejarse y de decirme que todo estaba mal, no lo hacía fácil.

Después de unos días entre el hambre y la locura tuve el terrible impulso de brincarle y abusar de ella sexualmente en miles de formas distintas, al principio se resistió un poco pero no demasiado, aparentemente también tenía ese impulso, lo curioso es que siguió quejándose todo el tiempo, bueno eso no es lo curioso, lo curioso es que dejó de molestarme.

Nos encontramos con varias comunidades de enanitos azules que usamos de engrudo y comida, sabían como a uva y descubrimos que tenían algunos usos bastante interesantes de tipo sexual, nuestro viaje se convirtió en algo muy agradable hasta el punto en el que las quejas se detuvieron, y el que sus piernas y su torso no estuvieran juntos dejó de ser TANTO pedo y más bien se tornó en algo que usamos de manera... creativa.

Para cuando llegamos a la casa de las morsas en realidad ya no estábamos buscando el lugar, sólo llegamos.

Las morsas nos hablaron en su idioma de papel filoso y ella les contestó con un simple no, a continuación una ola de tremenda e inesperada violencia sucedió a mi alrededor, yo no pude mover ni un dedo, pero el hecho es que al final Laura y yo estábamos cubiertos totalmente de sangre y las morsas eran un montón de vísceras sin sentido, obviamente hubo una explosión sexual inmediata y nos revolcamos como vikingos drogados con la victoria.

La sangre secó eventualmente y se convirtió en nuestra segunda piel, la renovamos cada dos o tres días, con nuestra comida.

Hacemos el amor un par de veces al día y cogemos el resto, si no fuera por eso seríamos unos cerdos de 200 kilos.

La vida en la nieve tiene sus ventajas pero en general es una hueva estar siempre a la defensiva, como que no me puedo sentar y no hacer nada, pasar todo el día viendo al infinito, eso es lo que necesito, un poco de paz.

La vida se ha convertido en algo un poco rutinario, creo que ya me voy a ir, lo que tengo que averiguar es como decirle a Laura sin que se enoje, no creo que haya pedo, igual y hasta le late el cambio.

Bueno, pues si hubo pedo, y ahora mismo estoy en la oscuridad de una cueva tratando de imaginar cómo es que se me ocurrió que decirle era una buena idea.

No hay tiempo para pendejadas. Piedras y una lanza, es todo lo que tengo, un ruido llama mi atención, unas piedras caen del techo, un haz de luz entra, Laura cae a través del agujero, sus piernas caen sobre la piedra y se parten en mil pedazos, al menos por dentro.

El torso se logra colgar del techo, me acerco y la miro desde abajo, ella me mira con lágrimas en los ojos, le mando un beso y salgo corriendo.

La cueva es enorme y no se hacia dónde ir, pero camino seguro de mi mismo, veo una luz a lo lejos y la sigo, finalmente llego a una entrada, más nieve.

Días y días en la nieve, días y días sin entender quien soy.

Las energías me abandonan, el fin está cerca, la luna se ríe de mi, otra vez.

Duermo plácidamente en la inmensa playa congelada, pero puedo ver, todo, aún a ti, pinche Juanito.

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