Bienvenido

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lunes, 15 de diciembre de 2008

Que mal huele

Sacando la basura un día vi que mi banqueta tenía una costra negra, era gruesa y denotaba antigüedad, no se bien de donde vino, pero si sé que no se iba a ir pronto.

A la mañana siguiente la costra había crecido el doble, se había comido un poco el concreto, me miraba con malicia, decidí ignorarla porque no me gusta ser presionado.

Un par de semanas después iba caminando tranquilamente hacia mi casa, cuando me faltaba una cuadra el piso debajo de mi se colapsó y caí durante lo que pareció un mes hacia el vacío, hasta que finalmente caí en una plancha de concreto líquido, era gel, color gris y sabor pasta rancia.

Al salir se endureció un poco la capa que cubría todo mi cuerpo, así que caminé como robot por el resto de la noche.

Después de explorar lo que parecía un laberinto interminable de catacumbas, llegué a una esquina en la que había un par de cubetas de agua puerca con un trapeador, la use para lavarme un poco la armadura de concreto y ahora era robot mal oliente.

Un zumbido muy fuerte comenzó a atacar mis oídos, cada vez más fuerte, cada vez más cerca, hasta que una nube negra me invadió.

Sentí como miles de pequeñas pinzas arrancaban pequeños pedazos de mi piel, poco a poco me di cuenta que ya no tenía ni músculos, sólo era un esqueleto, sólo y con frío.

La nube negra me abandonó como si ya no fuera importante y me dejó caer sin la capacidad de moverme, estuve ahí sentado durante al menos cien años.

Es muy extraño tener tanta hambre y no poder comer, nunca morir y encima ser orinado por cada pinche criatura del reino animal que existe en el área.

Un día cualquiera entre la visita de las ratas que me comen poco a poco para limpiarse los dientes y el murciélago que me confunde con su departamento de soltero llegó algo nuevo, un incendio que carcomía todo a su paso, sin misericordia, rápido e implacable, fue lo mejor de mi día.

Me hicieron humo esta mañana y me siento libre como nunca, flotando en miles de partículas por el aire, con millones de compañeros distintos, todos viajando en el mismo avión, sin rumbo fijo.

Un día de tantos, volando sobre la ciudad, reconocí mi casa, decidí bajar a revisar que había pasado, y para mi sorpresa, no había pasado gran cosa, la costra estaba siendo removida quirúrgicamente, mis vecinos esquibaban el agujero con los ojos cerrados, los niños las brincaban con facilidad, hasta me dio nostalgia, yo estuve al principio de esta grandiosa obra.

Aterrice sobre el lomo de un gato, y decidí que había encontrado el lugar para hacerme viejo, en el lomo del gato que orinó a mi madre cuando ella no era nadie, y me echó la culpa después.

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