Bienvenido

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miércoles, 3 de diciembre de 2008

Me perdí en el baño de la sala

Cuando era niño siempre me dijeron que hacía daño arrastrarse en la alfombra porque había muchas infecciones y bichos. Obviamente nunca hice caso de las advertencias, hasta que una tarde me raspé una rodilla y sangró un poco. Como siempre estaba solo así que me eché babita y seguí jugando, hasta que el Beto me chifló y salí a jugar. El día era soleado y el cielo estaba despejado, corrí toda la tarde y le di a la bicla un chingo hasta que era de noche y me guardé justo antes de que llegara mi mamá de trabajar.

Entré a la casa y me bañé rapidísimo, salí de  la regadera y me fui a acostar porque ya había escuchado el auto de mi mamá. Me acosté con el pelo mojado.

Al día siguiente me paré con todo el trabajo que me costaba siempre, tenía mucha comezón en la rodilla, me rasqué y rasqué toda la mañana, en la casa, en el autobús, en el salón, en el recreo, en el autobús de regreso, en casa de la vecina mientras hacía mi tarea, en la calle con mis amigos hasta que entré a mi casa harto a ver que tenía.

Una costra roja y húmeda que palpitaba con mi corazón y que supuraba un líquido amarillo estaba invadiendo mi rodilla, me asusté muy cabrón y fui con mi tía que vivía a lado.

Mi tía, rubia y con buena nalga, me revisó la herida y con cara de preocupación me dijo que estaba infectada, me lavó con jabón lo cual dolió bastante, pero no tanto como el alcohol y merteolate que me puso después, terminó la chamba con violeta degenciana. Me dijo que con eso iba a estar bien, y que no me rascara, ése día me dormí temprano.

Soñé que un cocodrilo gigante nadaba por mis venas y su cola llena de escamas gruesas y duras rozaban las paredes de mi sistema circulatorio, cosquillas, comezón, rascado y dolor en un solo movimiento, no me dio miedo pero despertó una sensación sexual que no entendí en ése momento y que nunca se iría.

Desperté sudando y con la rodilla palpitando como si tuviera un corazón propio, de hecho vi como se movía a un ritmo regular, esto si me asustó y corrí a decirle a mi madre pero no estaba. Me metí al baño y saqué todo el botiquín que consistía en una botella gigante de alcohol que llevaba sobre el excusado como seis años, me quité la venda que tenía y descubrí horrorizado que tenía una burbuja amarilla y pestilente que salía de una grieta de mi rodilla, no me dolía, sólo me daba comezón. La toqué muy lentamente y tronó ensuciando la mitad del baño. El olor era bastante malo, smegma puro. Vacié casi toda la botella de alcohol sobre mi rodilla y talle con una toalla hasta que vi que estaba limpio, me metí a la regadera y le abrí a todo lo que daba, me lavé y lavé con jabón y tallé y tallé con estropajo, pero la pus seguía saliendo, y mi rodilla palpitaba cada vez más fuerte.

Salí de la regadera con mucho frío y con la pierna ardiendo, como si sólo ella tuviera calentura, estaba exhausto, no podía estar de pié, me senté sobre el excusado y me recargué un poco sobre mi espalda, me quedé dormido.

Desperté con la vista borrosa y muy adolorido de la espalda, la comezón había desaparecido, palpé mi rodilla y algo rugoso estaba ahí, como una costra gigante, tallé mis ojos para poder ver, descubrí una montaña amarilla que estaba completamente pegada a mi rodilla, la toqué y se sentía como si alguien me hubiera vertido mucha cera caliente y se hubiera secado ahí.

La toqué para ver si me dolía, traté de arrancarla, pero no se dejaba, así si me dolía. Me puse de pie y no tenía mucha fuerza en la pierna derecha, casi caigo. Una voz profunda y áspera me habló.

- ¿Qué te pasa, por qué chingados me despiertas, no ves que estoy jetón?

Di un brinco gigantesco y miré en todas direcciones, no había nadie, no supe que hacer.

- ¿Quién habla?

Fue lo único que se me ocurrió decir.

- Aquí abajo pendejo, abajo.

Miré hacia el suelo y vi que la montaña amarilla de mi rodilla se movía, giró un poco y descubrí que tenía un ojo gigante y uno más pequeño, la boca eran una serie de hoyos debajo de los ojos, no tenía nariz.

- ¿Qué no tienes frío pinche niño?

Me miraba con desprecio y olía muy mal, di el grito más extraño de mi vida, porque contenía gallos y fue disminuyendo de volumen muy rápido, hasta que me detuve por la mirada penetrante e impaciente de mi costra de pus. Me paré lentamente y me tapé con una toalla.

Salí del baño y busqué a mi mamá que seguía sin llegar, me metí a mi cama y vi que eran las 5 de la mañana, mi costra tosió un poco y me mentó la madre, me ordenó apagar la luz, lo cual hice inmediatamente. No me dejó dormir con sus ronquidos.




2 comentarios:

Gavilán Pollero dijo...

soy fan de las costras de ahora en adelante, también de las cosas que nunca se van, como la comezón, y por cierto, también tuya

Anónimo dijo...

Wow, cada vez escribes mejor. Saludos.